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Mi punto final, mi destino eterno y cada gota de vitalidad que llevo dentro, mi meta en la vida es que te celebres tanto como yo celebro tu existencia. Cinco años no son nada para un amor que me alcanza para cada una de mis vidas. Así que, por favor, dale más oportunidades a este ser caprichoso (de ser posible, infinitas, con la mano en el pecho) para burlarse de las pocas posibilidades que tiene la realidad de impedir que un alma se funda al reconocer que nunca estuvo dividida en dos partes. Quisiera, más que felicitarte por otra vuelta al Sol, agradecerte por ella, mi órbita no estaría completa de no ser porque gracias a tu existencia sigo gravitando. Soy muy consciente de que el regalo más divino que el universo me ha otorgado es el mismo que me presta sus brazos para refugiarme ahí todos los días, y soy más consciente aún de lo vital que eres, cual rayito solar para una florecita invernal. No me alcanzan las palabras para expresar el agradecimiento que me llena por tener la posibilidad de llevar tu nombre en la sangre y tu promesa en el dedo anular. Cada trozo de mi ser alberga tantísimo amor por ti que una carta de cumpleaños siempre va a quedarse corta a comparación de todo lo que llevo en el pecho: le rezo al cielo poder quejarme de lo mismo hasta el día en que mi cuerpo ya no tenga fuerzas, ni la juventud que me alcanza para almacenar todo lo que existe por y para ti. Gracias por existir, Ichi, gracias por siempre nadar contra toda corriente a mi lado, gracias por envejecer conmigo desde que la vida era diminuta y casi sencilla. Te amo con todo lo que me hace «ser», feliz cumpleaños, mi brisa de primavera.