Dom., 10 de jul. de 2022
6:00 p.m.
Un gatito me acarició la vida. En esa calle revivió mi alma.
Viernes, 2 de octubre de 2020
10:00 p. m.
A mí lo que me pasa es que estoy pensando tan a menudo en ti que podría redefinir el pensamiento que me hace extrañarte sin redefinir mi corazón —lo silencioso que ha estado mi corazón desde que te conocí. Todo ha sido una gran mentira de la creación, de los poemas y del amor, tratando de reunirme contigo como idea que viene y se detiene contenta delante de dos almas desconocidas que intentan quererse (), las abraza y las lleva de la mano hasta el altar de su perdición, porque hablar de salvación en nuestra historia es como haber querido gritarle a la vida que no queríamos tenernos, porque tenernos no siempre tiene que implicar querernos. Y yo te he perdido tantas veces, amor mío… Te he perdido tantas veces como encuentros nos ha tratado de poner la vida. ¿Por qué habríamos de conocernos, si no? ¿por qué habría de enamorarme de ti, si no?, vanas preguntas. Tantas veces nos hemos rehuido que tengo ganas de que nos robemos las miradas en un para siempre atemporal y nos salvemos de esto de no querernos, de aceptarle el corazón a la vida como si nunca me lo fuera a quitar. Pequeña mía, una vez más, tengo ganas de creerle la mentira a la creación, a los poemas y al amor, tengo ganas de eso, de que vuelvas a ser mi perdición.
28 de agosto de 2018
Personas más cerca unas de otras.
Domingo, 18 de octubre de 2020
12:16 a. m.
Vulnerable la mejilla, la boca, la frente(); mi imaginación desde el no recuerdo que recuerdo. Las olas del cielo desde tu cielo van azotando la lluvia, la despedida, el derrumbe, el corazón… corazón, no llores que se nos moja el alma. Y el atardecer… nos alcanza parados desde cada lado de nuestro mar. Y no amar (...)
En algún lugar del mundo alguien sueña que mueres y que todo es culpa de su cobardía.
Toda su atención está inmersa en algún punto de la cama. Aún es el que observa la última escena y, por eso, no puede, por instinto, asegurar que nadie lo está viendo llorar ().
Intenta prescindir del dolor para que sus manos estrujen su propio corazón sin dañarlo, como tratando de huir de una caída terminal; inconscientemente, trata de evitar la impresión que será el alimento para la fuente de su consternación. No quiere ser un criminal, tampoco matar su propio corazón; está casi tan asustado que trata de corregir torpemente la historia. No quiere que la cobardía sea parte de su humanidad nunca más; pero, el tiempo corre y ve que nada se puede modificar, aunque llore, grite, sangre y tiemble el corazón sobre el papel. El amor de su vida muere porque otra persona así lo soñó. Fue un sueño. Su persona amada debe odiarlo sin conocerlo porque, en el sueño, él también la quería; su propio corazón, inconsciente, también lo hace, con tal ímpetu que ahora le es casi imposible respirar. Lo mismo pensó el que soñó: que era imposible que ella muriera, que no hubiese soñado con el corazón, imposible que la causa fuese su cobardía.
Lo que fue un sueño impersonal se transfiguró en la realidad más espantosa de toda su existencia, acaso para otro, acaso para mí.
Juev., 15 de set. de 2022
He empezado a creer que correr hacia ti es herirme sin propósito. Que, aunque ya no me sale distinguirte entre las casualidades, nunca faltas en mis pensamientos. Y que no dejaré de quererte…, porque dejar de quererte es cerrar los ojos y no avanzar. Pero sigues tocando a mi pecho. Y yo solo soy el sueño que nunca duerme contigo. Te digo que el tiempo está volviendo incrédulo al silencio, pero que las probabilidades siempre saben mejor de una boca. Que no quiero ser más un cometa extinto en la inmensidad de tus ojos ni una estrella colapsada en el centro de tu sonrisa. Que he enterrado bajo tierra toda posibilidad de volver a verte, porque el amor no se duda; y si lo dudas, mejor vete. Que algo triste me sujeta la mano como diciéndote: «Despierta: quiero cuidar la herida a tu lado; no quiero que la vida la necrose por tanta espera. Porque las casualidades se nos están acabando. Y yo solo quiero despertar».
“Tres mil latidos y doscientos litros de sangre”
Si pudiera multiplicarme pasearía contigo dándote las dos manos. Quiero decir, si pudiera ser dos yo, yo dos veces -entiéndeme- un alma repetida (…) colonizaría tu hoy y tu mañana, te esperaría donde estarías y donde querrías estar; te extrañaría viendo cómo tus besos crean goteras en mis pestañas (...) Si pudiera estar aquí y allá estaría en ti y en ti, prendería fuego a Troya mientras te regalo París, te miraría dormir y al mismo tiempo soñaría contigo (…) Si pudiera ser la misma en dos mitades, amor (…) limaría mis errores para que el tropiezo fuera suave y sería a la vez precipicio e impulso de todos tus miedos y sueños. Si pudiera, mi amor, convertiría todo lo que ahora es singular en plural. Pero no puedo, así que has de conformarte con lo único que puedo hacer: quererte -no el doble, ni por dos, ni al cuadrado, sino con la fuerza de un ejército de tres mil latidos y doscientos litros de sangre que queriéndote dar más de lo que tiene te da todo lo que es-.
Elvira Sastre, Baluarte
Me has cogido las ganas y te has vestido de ausencia.
Enero de 2019
Una larga duración no es permanecer al sentido, ni pasarlo, ni ocurrir con él; no pensar en ella es voltearse a la vida un momento y saberse muerto.
«I’m so mad I’m getting old it make me reckless». Cuando éramos jóvenes.
«Estaba escuchando una canción de Adele cuando pensé en esto. En las “últimas veces”. Uno a veces no sabe cuándo será la última vez de algo. ¿Se debería tener cuidado? A estas alturas pienso que sí. Recuerdo, por ejemplo, una cafetería, cerca a Independencia. Había jarrones con pequeños claveles al centro de la mesa. Teníamos ensalada de fruta entre la lengua. El sol caía oblicuo sobre las flores y sobre tus ojos. Recuerdo tus ojos como un abismo. El vértigo, el deseo de lanzarse. La cima de una montaña, los árboles del Amazonas, las plumas de algunas águilas y búhos, el café humeante entre la lluvia. Pensé en todo lo que me gustaba y que tenía el mismo color que tus ojos. Los caballos. Yo no sabía, por ejemplo, que ese día iba a ser el último día que los vería con ese brillo. Con esa señal de amor. Así perdí muchas cosas. La última vez que te vi sonreír, sonreír con ganas. La última vez que te escuché contar un chiste. La última vez que vimos una paloma y gritaste porque las detestas. La última vez que comimos helado. La última vez que cocinamos juntos o salimos a bailar. La última vez que dijiste que hacía frío en la calle y nos metíamos en un café o corríamos a casa para meternos en la cama. La última vez que te vi desnuda. Yo no entiendo muy bien el acto de cerrar un ciclo pero me temo que tiene que ver con ser conscientes de que será “la última vez”. Si hubiese sabido que aquella tarde sería la última vez que tocaría tus labios, por ejemplo, me hubiese esmerado en guardar un buen recuerdo de ese beso. De hacerlo durar todo lo posible. De no mancharlo con la melancolía anticipada del nunca más. De besarte como si te dejará mi vida en tus labios. Ahora pienso en un cuento de Borges, sobre un prisionero que le pide a Dios detener su ejecución para terminar una novela. Y Dios, en su misericordia ante el escritor, detiene la bala mortal unos centímetros antes de impactar. El tiempo se detiene menos para el prisionero, que escribe mentalmente su novela, segundo a segundo, hora tras hora, día tras día en un tiempo que no es, inmóvil, frente a la bala. Luego de terminar la novela la bala continúa su camino hacia la muerte. Hubiera pedido a Dios el tiempo suficiente para despedirme bien de tus labios. Que se detenga el tiempo para poder imaginar que maduramos juntos. Que visitamos más cafeterías. Tiempo para imaginar que vemos todas las películas que se grabarán en el futuro. Tiempo para imaginar que regresamos a casa y conversamos de ellas bajo las sábanas. Tiempo para imaginar que nos cubrimos con una manta cuando llueve y pensamos en nombres y tiempos. Tiempo para imaginarnos en una discoteca, en una exposición de arte, en un concierto. Y así, solo después, decir adiós. No lo sé, no sé si así el ciclo estaría cerrado. ¿Tu qué piensas? Claro, de cuando éramos jóvenes. Creo que estaríamos tranquilos, sabiendo que se hizo todo hasta el final. Que nos quisimos como nunca hasta el segundo antes que dejamos de hacerlo. Es confuso. El ser o no ser. Desde entonces me digo siempre, ten cuidado, está puede ser la última vez. Mañana puedo morir, nunca se sabe. Voy al cine. A veces me ilusiono o creo que me enamoro. En una reunión me embriago y me hago amigo de alguien. Corro por la madrugada hasta que me duelan los muslos. Le pongo mantequilla a las cosas, igual podría morir mañana, nunca se sabe. Si me atrae alguien me aseguro de que sea una buena ilusión. Uno se puede morir mañana y no hay tiempo para mancharse los labios con besos sin sentido. No tengo perros pero alimento a los de los vecinos, aunque por las noches me desconozcan. Viajo, monto la bicicleta y voy hasta donde terminan los caminos. Duermo hasta que me duele el cuerpo. Entristezco hasta el borde del suicidio. Porque podría ser la última vez. Quería comenzar esto citando mi habilidad para recordar los hechos, mi buena memoria. Y comenzar también con el génesis de ello, mi habilidad mayor para meterme en problemas. Que aprendí a salir de problemas demostrando mi inocencia con lo narrado al detalle. Pero pasa algo. Hace unas horas vi una fotografía. Era una reunión de cuando tenía 17 años. Cosas que he olvidado. Y como si fuese una pequeña ficha de dominó he comenzado a recordar muchas cosas en las que también estabas presente. Las he olvidado y son cosas alegres. Ahora pienso que los ciclos se cierran solos. Basta ser feliz y la historia se olvida, mejor dicho, se archiva hasta que sea recordada. Las cosas tristes, nuestras culpas, son las que no se archivan. Son las que necesitan trabajarse. De esas hay que tener cuidado. En mi afán por cerrar ese ciclo pienso siempre en la forma que debí haber disfrutado de esas “últimas veces”. Ahora ambos hemos cambiado y quizá no nos importe realmente. Pero usualmente me sorprendo pensando en nuestro último beso, en la última vez que te tome de la mano y sentí que estaba sujetando lo más importante en mi vida. Y corrijo, no fueron las últimas veces, sino solo las veces que se desperdiciaron por alguna pelea, por algún sin sentido por algún rencor pasajero. Solo porque éramos jóvenes. Solo porque estábamos aprendiendo a amar.»
Félix Arapa
Selam Wearing